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Cortizo, Petro, migrantes y Darién

Al parecer Gustavo Preto no quiere comprender que el problema está al inicio de la travesía y no en el destino. Cabe entonces preguntarle cuál el puerto o lugar inmediato del cual salen estos miles de personas.

Gustavo Petro y Laurentino Cortizo durante su reunión bilateral en Nueva York.

A pesar de la cercanía entre ambos países y que la frontera común presenta un problema que desde hace años se veía que tomaba dimensiones casi incontrolables, los presidentes de Colombia y Panamá tuvieron que verse en Nueva York para hablar del flujo migratorio anormal que se da en la zona limítrofe.

Aunque no queda muy claro lo que hablaron Laurentino Cortizo de Panamá y Gustavo Petro de Colombia en el encuentro bilateral, producido a propósito de la Asamblea General de Naciones Unidas, las expresiones hechas públicas por el presidente colombiano no muestran que tenga una determinación de cooperar a poner fin al problema.

Dicho mandatario se mantiene en que el abordaje del problema de este tránsito y tráfico inhumano de personas por la “jungla” del Darién pasa por un “diálogo eficaz con el Gobierno de Estados Unidos, pues es este el destino final de los migrantes”.

Al parecer Gustavo Preto no quiere comprender que el problema está al inicio de la travesía y no en el destino. Cabe entonces preguntarle cuál el puerto o lugar inmediato del cual salen estos miles de hombres, mujeres, niños y hasta ancianos para atravesar lo que finalmente Panamá decidió llamar por su nombre: la jungla de Darién.

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Ciertamente, Panamá y sus gobiernos más recientes, especialmente el de Cortizo, ha sido muy flexible con los migrantes por un tema humanitario, dicen, pero con más de 350 mil ingresos en lo que va de este año, parece que se rebasó el límite del vaso de la tolerancia y debemos repensar, por los menos en cuanto a la situación de esa jungla, aquello de que somos “Pro Mundi Beneficio”.

Resulta inexplicable que muchas de estos miles de personas de diferentes nacionalidades lleguen a Colombia y que desde ahí no se les busque la posibilidad de salir por rutas convencionales hacia EE.UU. y se les deje a su suerte para que atraviesen la inhóspita frontera natural colombo-panameña.

En el caso del Darién resulta más que obvio que no hay posibilidad de “tapar el tapón”, parodiando a Petro, por lo que la solución pasa más por la voluntad de los países, que deben no solo disuadir a los aventureros, si no tratar de desmantelar todo el negocio que, evidentemente, ha crecido en torno a la movilización de esta pobre gente.

Razón tiene el presidente de Colombia al señalar que es necesario averiguar de dónde viene la población y que la mejor manera de acabar el éxodo es que haya prosperidad en los países de origen de los inmigrantes.

Pero mientras eso sucede, no debe ser un solo país el que reciba el flujo que otro desecha como por un embuto, mientras se hace de la vista gorda y pretenda que desde el norte resuelvan un problema que tiene origen en el sur.

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En cuanto Panamá, por fin las autoridades de migración se atrevieron a denunciar con firmeza el inmenso perjuicio que padece el país con este flujo irregular de personas hacia su territorio y las consecuencias perniciosas que esto implica en términos ambientales, de salud, seguridad y, por supuesto, económico.

Nos han dejado prácticamente solos con un problema que no es nuestro y eso para nada una acción de “buena vecindad”.

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