El hombre como padre, el hombre como hijo

El verdadero enemigo no es el Patriarcado, sino el afán de dominio de una persona sobre otra, un enemigo común para hombres y mujeres.

Lo ideal, ahora, no es dominar o ser dominadas, sino relacionarse de una manera mucho más equitativa.

Este es un artículo con forma de embudo: pasará de lo que se escucha por ahí a mi propia experiencia. No pretendo ser experto en el tema y sé que muchas personas lo conocen mejor. Pero como ha ido invadiendo las vidas de seres comunes y corrientes como yo, me atrevo a abordarlo.

Anoto que pasé la mayor parte de mi infancia junto a mi abuela, madre y hermana; que tengo una hija y llevo un cuarto de siglo casado con una mujer admirable. Además, me llevo bien con la señora que nos ayuda en casa, nuestra empleada, como normalmente se llama a las profesionales de la limpieza doméstica.

Y diré más. No soy ferviente admirador de deportes competitivos como el fútbol o el béisbol. Con los años, he dejado de participar en competencias de quién toma más cerveza. Al contrario, soy asiduo asistente a las ferias del libro, escribo historias y hasta he llenado algunas hojas de cuaderno con poemas. No encarno, pues, los valores tradicionales masculinos. Ahora entraré al meollo del asunto.

Hace años que alguna corriente feminista—pese a mi falta de especialidad, sé que hay muchas— ha hecho muy visible su resentimiento hacia el llamado Patriarcado.

¿A qué se refieren con la palabra Patriarcado? Según el diccionario Oxford, es el “predominio o mayor autoridad del varón en una sociedad o grupo social”. Muchas mujeres—MUCHAS—han marchado, bailado, gritado y quemado banderas e imágenes para demostrar que no tolerarán más el Patriarcado. Es entendible: hay pruebas históricas de que el sometimiento femenino existió y, en muchos aspectos, persiste.

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Todo cambio requiere un fuerte empujón hacia lo otro, al lado opuesto, para deshacer las bases del estado actual.

Se requirió el movimiento disciplinado de miles y miles de afroamericanos para detener absurdas prohibiciones e incluso linchamientos. Como ocurre con las leyes físicas, una fuerza de cierta magnitud es anulada por una contraria e igual.

No me meteré en los laberintos de las causas y efectos. Mi interés es personal y hasta simplón. Ahí va mi historia.

Al menos tres mujeres, por comentarios que, por más vueltas que les doy, no les veo ningún tinte machista, me han mirado con ojos llameantes y lanzado palabras que merecería un enemigo comprobado.

Si se necesita saber qué dije con exactitud, informo que ofrecí ayuda, en dos de los casos, y compartí un género musical que prefiero en otro. No más que eso.

He reflexionado bastante sobre lo ocurrido y llegué a la siguiente conclusión. Las transformaciones sociales nos han tomado por sorpresa a todos. Creo que las mismas mujeres están invirtiendo un esfuerzo descomunal para adaptarse. Antes se relacionaban con hombres machistas, que las dominaban, o con hijos, a quienes dominaban.

Estos eran los dos modelos que conocían. Lo ideal, ahora, no es dominar o ser dominadas, sino relacionarse de una manera mucho más equitativa con los otros.

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El verdadero enemigo no es el Patriarcado, sino el afán de dominio de una persona sobre otra, un enemigo común para hombres y mujeres.

Así que debo cambiar, sí. Pero ellas también. La humanidad toda debe revaluar cómo construye sus relaciones de poder. No es que yo deba hacerme feminista porque estimo que ya lo soy. Debo cambiar para ser más equitativo con cualquier prójimo que encuentre en mi camino, sea este del género que sea.

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