El suicidio no puede ser reducido a una especie de dilema moral, preguntándonos si quienes lo hacen son cobardes o valientes.

Cualquier evento de la vida humana es la expresión de una trama social, cuya raíz es colectiva. Ese es el caso del suicidio. Sin embargo, nuestra sociedad continúa con la mirada puesta sobre el plano de lo individual, con lo que el abordaje no es correcto.
Se les da más importancia a los aspectos clínicos individuales que a los factores que tienen influencia directa en la conducta macrosocial. Circunstancias como la cultura imperante y sus manifestaciones, que parten de la convivencia en el hogar, en la comunidad, en el entorno inmediato, así como los estilos de crianza juegan un papel en esto; también la visión con la que educamos a los niños, desde muy temprano, ejercen una poderosa autoridad en su vida futura y cómo se enfrentarán a los hechos de la vida, incluyendo situaciones críticas que luego impulsan las conductas suicidas.
Significa que, por medio de las normas sociales de convivencia, se “enseña” ese tipo de posturas, producto de la permanente sensación de indefensión con la que viven cientos de miles de personas en nuestro país.
La primera conclusión es que el suicidio representa un acontecimiento que rebasa lo estrictamente biográfico, siendo un evento de pérdida de la salud de la persona, así como el desmembramiento de sus redes afectivas y sociales, una merma del propio mundo psíquico de la persona, que pierde la sensación de pertenencia a algo, sean familia, amigos, comunidad.
Debemos preguntarnos sobre las situaciones involucradas en la toma de decisiones de una persona afectada por una conducta suicida, para eso apreciemos tres mecanismos básicos: 1.-) angustia intensa, que se agudiza con el paso del tiempo; 2.-) escasez casi total de recursos psicológicos para hacerle frente y 3.-) desesperanza ante el futuro, acompañada de la percepción de la muerte como solución. Por esto, el suicidio no puede ser reducido a una especie de dilema moral, preguntándonos si quienes lo hacen son cobardes o valientes; realmente son personas que sufren desbordadas por el desconsuelo y sin la mínima esperanza en el futuro,porque su vida se reduce a un presente sin opciones.
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Dichas conductas se van incubando dentro de la familia, ya que la persona desde su infancia es educada en medio de situaciones que la exponen a eventos difíciles, que van desde vivir en hogares donde impera el autoritarismo y los hijos no pueden opinar absolutamente nada, ni siquiera sobre hechos que pueden comprometer su futuro, así como estar en medio de golpes, gritos, maltratos, violencia, abusos físicos y/o psicológicos, abusos sexuales, incesto, sin dejar de lado el acoso laboral y sexual en el trabajo, en la escuela, desempleo, falta de expresión emocional (principalmente los hombres), así como miles de situaciones que exponen a los individuos a tomar la decisión de acabar con su vida.
Desde un ámbito de pensamiento concreto, hemos de concluir que: el suicidio, visto desde lo social, no puede ser examinado como una disposición personal netamente privada, sino que se trata de un fenómeno colectivo que obedece a factores socioculturales presentes en toda sociedad, y Panamá no es la excepción.
Vivimos en un país sin tejidosocial, lo cual significa que carecemos de la vocación por ser parte del entorno y quienes lo forman e incidir en el mejoramiento de los factores que facilitan la aparición de la conducta suicida.
Panamá necesita políticas de salud mental para hacer frente a estos eventos; debemos trascender más allá de las salas de hospital; se trata de algo que está por encima de la sesgada visión del enfoque curativo individual, sin reconocer que esto tiene que ser abordado integralmente, con la participación de las autoridades de educación, cultura, salud, deportes, desarrollo social, trabajo, gobiernos locales y municipales, la Asamblea Nacional, sociedad civil, entre muchos sectores que deben apoyar para evitar que este problema crezca más.
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No se trata solo de decir que hay que buscar ayuda profesional, que es importante, sino que se hace referencia a que la prevención es el elemento principal para adelantar acciones que eviten que las personas lleguen al más grave escalón de los problemas de salud mental: el suicidio.
Según la OMS, anualmente se suicidan entre 800,000 a 1 millón de personas en el mundo, lo que sitúa al suicidio como una de las cinco primeras causas de mortalidad, equivalente a 1,8 por ciento del total de las defunciones, o bien un suicidio cada 40 segundos, dando 20 intentos fallidos por cada acto consumado.
Es la segunda causa de defunciones en el grupo de edad de 15 a 29 años, a nivel mundial. Las tasas de suicidio son elevadas, en grupos de personas en condición de vulneración social, que son objeto de discriminación, como refugiados, personas migrantes, poblaciones indígenas, personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales, personas en privación de libertad. Sin olvidar que el principal factor de riesgo es un intento previo de suicidio.
En Panamá, los reportes de suicidios representan una tasa de 3,1% por cada 100 mil habitantes y amenaza en convertirse en epidemia por su apresurada expansión, representando en el país la tercera causa de muerte para los jóvenes en edades comprendidas entre los 15 y los 19 años.
Cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censo destacan que, en Panamá, se suicidan unas 120 personas cada 3 días, en promedio por año. De acuerdo a estos datos los hombres son los que más cometen este tipo de acciones. Dado que las estadísticas son difíciles de conocer de forma expedita y abierta, por lo que no hay exactitud sobre lo ocurrido en medio de la pandemia actual en Panamá.
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Algunos factores desencadenantes de suicidios: trastornos mentales, problemas de pareja, crisis económica, afectaciones de salud física, problemas en el trabajo, problemas financieros, todo arraigado a la depresión. Aunque las evidencias muestran diferencias entre hombres y mujeres, tanto en las modalidades y causas.
Se deben planificar políticas orientadas a tratar el problema ampliamente, involucrando a todos los sectores y actores sociales, urge atención integral preventiva.
El autor es psicólogo social
Un comentario
Completamente de acuerdo con este artículo y enfatizo que la falta de recursos no necesariamente potencia un suicidio.