De buenas a primeras, decidieron reparar la calle José Agustín Arango. Levantaron el pavimento de la calle donde todos sus residuos: caliche, arena, piedra, tierra, con la genial idea, los depositaron en la acera, obstruyendo la movilidad de dos ciudadanos de a pie.

Los acertados comentarios del colega Juan Magallón, “Las aceras de nuestra ciudad”, publicado recientemente, me han entusiasmado a redactar este artículo.
El transitar a ciegas por una ciudad, donde tropezamos con pataconsitos, tableros de lotería, puestos de comida y todo variopinto de obstáculos que nos llevan a exponernos a una caída o bien irnos directamente a la calle, constituye un riesgo titánico, más si se adolece del preciado sentido de la vista.
Conozco de amigos ciegos que en su momento fueron mis mentores y mi inspiración para el desplazamiento por las avenidas de la ciudad. Los admiré por su seguridad, pero sobre todo por la retentiva, contar con un mapa mental de cada calle, esquina o espacio de referencia que les permitía su movilidad, ¡Simplemente Maravilloso!
Lastimosamente, esos tiempos han terminado, mis congéneres ciegos e incluyéndome hemos perdido la independencia de la movilidad como consecuencia del irrespeto a un derecho fundamental como es La Accesibilidad.
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Recientemente en el corregimiento de Juan Díaz, donde resido, debo sortear con los obstáculos de la acera que aparte de no estar diseñada para la movilidad de las personas con discapacidad visual o motriz, se le une la inconciencia de aquél que no piensa en los demás, mostrando a las claras la supina ignorancia del derecho al espacio público, y la utilidad de una acera accesible no solo para las personas con discapacidad, sino también para cualquier transeúnte que le apetezca caminar, sea por trabajo o ejercicio físico.
De buenas a primeras, decidieron reparar la calle José Agustín Arango. Sorpresa la que nos llevamos. Levantaron el pavimento de la calle, donde todos sus residuos: caliche, arena, piedra, tierra, con la genial idea, los depositaron en la acera, obstruyendo la movilidad de dos ciudadanos de a pie, un par de ciegos que transitan diariamente en búsqueda de su sustento digno. No conforme con esta aberrante acción, han logrado tapar las alcantarillas y desagües que de seguro dará paso a las inundaciones del cercano invierno.
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No se trata de imponer criterio, ni mucho menos molestar a las autoridades, pero me pregunto: ¿Dónde está el representante, diputado y el alcalde de la ciudad? Pero, sobre todo, la solidaridad de los vecinos del corregimiento de Juan Díaz que han mirado hacia otro lado, olvidándose que hoy la destrucción de la acera perjudica a una mujer ciega, sin embargo, mañana puede ser cualquiera de nuestros adultos mayores y seres queridos con alguna discapacidad.
La autora es comunicadora social, escritora y activista de los Derechos de las Personas con Discapacidad.