Panamá ha vivido momentos cruciales durante su historia y hemos logrado sobreponernos, enderezar el rumbo y avanzar hacia el futuro.

Han pasado más de 33 años desde que vimos como un ciclo de la vida política de Panamá terminaba con una quirúrgica y sangrienta invasión por parte del ejército más poderoso del mundo. Los hechos que llevaron a este cierre trágico de una etapa inolvidable de nuestra historia, se asemejan a los que vemos en las películas de Hollywood.
Estos eventos dieron paso al reinicio de una democracia tan anhelada por millones de compatriotas, con el deseo de ver florecer y crecer nuestro país, regido por los más altos valores de libertad, paz y seguridad para todos.
El primer gobierno después de la invasión se marcó por ser una gestión con los pies en la tierra, consciente de la necesidad de mantener una economía de austeridad, enfilada en alcanzar el balance de una economía sostenible, con la premisa de no gastar más de lo que producimos.
En aquel entonces el contralor de la Republica, Rubén Darío Carles (Chinchorro), respaldado por el presidente Guillermo Endara Galimani, emplearon un plan llamado “Estrategia Nacional para el Desarrollo y la Modernización de la Economía: Políticas para la Recuperación, el Crecimiento Sostenido y la Creación de Empleos”. Uno de los pilares de este plan enuncia que el mayor problema de la economía radicaba en la excesiva intervención del Estado en la economía. Y agregaba: “Los problemas económicos de Panamá fueron producto de las políticas económicas seguidas que desarrollaron una filosofía de “Estado activista” en contraposición a uno de libre mercado.
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El anhelo de todos los pueblos es tener un país moderno, productivo y con crecimiento sostenible y esto puede ocurrir siempre y cuando el crecimiento y desarrollo sea consonó a la realidad del país y de la región.
Panamá, a comienzos de la primera década del 2000, se convertiría en el país más influyente de Centroamérica, consolidándose como la economía con mayor crecimiento de la región, pero me hago una interrogante ¿A qué costo?
La deuda externa de la República de Panamá creció de manera sostenida desde 1989 a la fecha, proyectándose que al final del 2022 serán unos 44,000 millones dólares. Esta cifra ha aumento en 33 años más de 26,000 millones. La pregunta del millón es ¿Dónde se fue el dinero?
Trascurrieron más de tres décadas desde que volvimos a la senda de la democracia, pero el balance no parece estar en lado positivo. Panamá ha perdido competitividad en el mercado financiero mundial, tratando de agradar a naciones que nos colocan en las listas más grises y coloridas que se puedan imaginar, el agro y la ganadería no es autosostenible, debido a las malas políticas internas, sin una planeación coherente con la realidad. “El que no produce lo que requiere, perece”
La globalización nos ha convertido en dependientes en todos los frentes. Nos hemos alejado del modelo de libre empresa y volvimos aferrarnos al proteccionismo del Estado y, ahora que el mundo arde por una economía en recesión, ninguno de los predecesores de ‘Chinchorro’ se preparó y planificó para los tiempos malos; es más, se dejaron llevar por los cantos de sirena de tiempos de abundancia donde el límite era el cielo, digo los préstamos.
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En la actualidad nos enfrentamos a una situación donde el sistema político económico está resquebrajado, producto de las malas decisiones, donde un pueblo pide a gritos soluciones inmediatas para volver a tiempos de una abundancia sostenida por préstamos registrados en los libros contables de los organismos internacionales de crédito, pero la realidad que vivimos es que estamos inmersos en la pesadilla de la muchos hablaron, pero nunca imaginaron que llegaría.
La gente está en las calles exigiendo soluciones y otros aprovechándose del momento para revolver la olla con sus mezquinos intereses y pescar en rio revuelto. Nos encontramos frente a un momento histórico para que los gobernantes de turno, los lideres políticos y la sociedad civil hagan un alto y más allá de sus propios intereses, declarar que no somos de la izquierda ni de la derecha, que somos un solo pueblo cubiertos con una sola bandera y sentarnos a dialogar con cordura, respecto, escuchar a la mayoría y traer soluciones coherentes a la realidad, sin politiquería que no han llevado a tener una deuda externa astronómica y a ocupar lugares de excelencia en el ranking mundial de desigualdad.
Debemos, como nación, volvernos creativos, invertir en lo importante y modificar nuestro pensamiento. Ser mas productivos y así avanzar hacia el futuro y comenzar un nuevo ciclo y dejar a las futuras generaciones un país próspero, libre y en paz.