Entrenadores y veterinarios están a favor que se regule el uso de los esteroides anabólicos, pero que se busque un mecanismo que, de manera controlada, permita que se pueda usar testosterona.

A instancias de múltiples organismos internacionales, finalmente en noviembre de 2021, en Panamá, se logró la publicación en la Gaceta Oficial de una resolución de la Junta de Control de Juegos para adicionar los esteroides anabólicos como parte de las “sustancias prohibidas”, establecidas en el Reglamento de Carreras.
Dicha resolución se sostiene, entre otras consideraciones, sobre lo que dispone el International Federation Of Horse Racing Athorities (IFHA), una de las principales organizaciones relacionadas con la hípica mundial sobre el uso de anabólicos en caballos de carreras.
Tras la publicación de la resolución, se les comunicó a los gremios hípicos que, a manera de recomendación, a partir de mediados del 2022 eliminaran el uso de los esteroides anabólicos en el tratamiento de los caballos, con el propósito de ir limpiado de sus organismos de cualquier rastro para enero de este año, cuando entraba a regir la modificación del Literal C del artículo 533 de dicho reglamento.
Muy pocos advirtieron las implicaciones de la nueva medida ni mucho menos la proximidad de la misma. Solo algunas voces y mentes hípica y clínicamente mejor formadas comentaron que, si bien la decisión obedece a una tendencia mundial, en Panamá persisten una serie de particularidades que debieron y deben ser considerados.
Finalmente, llegó enero de 2023 y el tema volvió al tapete y muchas más personas parecen estar conscientes de la situación.
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La Comisión Nacional del Carreras, desde donde surgió la modificación que incluye a los esteroides anabólicos juntos a los relajantes del sistema muscular, los analgésicos, antipiréticos, antiinflamatorios, diuréticos y cortiesteroides, aparentemente está dispuesta a escuchar las voces de quienes están en el día a día con los caballos, para conocer de primera mano la situación.
Nos parece que los comisionados están procediendo de manera correcta. Nada se pierde con oír otros puntos de vista y saber que en Panamá hay variables, que se deben tomar en cuenta antes de calcar cualquier disposición foránea.
En lo personal, creo que Panamá no puede quedarse atrás con respecto a las regulaciones de la industria, tendientes a proteger a los purasangres, a que la competencia sea igual para todos, que no haya ventajas para nadie y, sobre todo, a preservar la confianza de los apostadores.
Sin embargo, en esta primera fase –dadas las circunstancias- lo recomendable es llevar el proceso adelante por etapas, para no dejar fuera del juego a un porcentaje importante de caballos y sus respectivos dueños, cuidadores y de más beneficiarios.
Entiendo, que lo que se persigue no es que se permita el uso de los esteroides anabólicos, sino que se busque un mecanismo que, de manera controlada, permita que se pueda usar testosterona en aquellos ejemplares machos, que hayan sido castrados y necesitan de dicha hormona para preservar su capacidad atlética.
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Extraoficialmente, se habla de poco más o menos 200 caballos castrados que compiten habitualmente en el Hipódromo Presidente Remón. Como se puede observar, se trata de un porcentaje importante del total de ejemplares existentes.
Pudiéramos entrar en muchas argumentaciones para justificar que se reexamine el tema, pero vamos a dejar que siga su curso ante la Comisión Nacional de Carreras, que lidera Benito Fisher, en donde seguramente habrá espacio para el diálogo respetuoso, la argumentación científica y la justificación para buscar una alternativa lo menos perniciosa posible.
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